Treinta y cinco cuentistas se pusieron a roer una pintura del Greco.
Yo los miraba por una bujía que instaló el concejal Ramírez la semana pasada.
Tenía el maletín lleno de hojarasca y espuma de matafuego en el bolsillo derecho del saco.
Lo mejor fue cuando la cortadora de césped recitó un soneto en italiano del Volga.
Los canteros de las plazas repetían el mantra de tu nombre.
Frígidos andenes reunían la protesta continua de los empleados de banco que reclamaban un salario en kilos de madera balsa y barritas de estaño.
Ante cualquier eventualidad hubieran aceptado caramelos, pero de ninguna manera esas máquinas de coser Singer todas despintadas y mordidas por el tiempo.
El tiempo que no cesa de recordarle al mendigo las horas que hay entre cada adoquín de una calle que ya no existe.
28/4/08
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1 comentario:
Está bueno... hacia mucho q no venia por acá, no?
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