Hoy mandé esta carta

C.,

No sé por qué te estoy escribiendo un email. No sé tampoco que respuesta podría recibir de tu parte. Como siempre, mi querida, estoy padeciendo algún tipo de angustia real o imaginaria.
De pronto he logrado salvar las dificultades que te comenté el otro día, pero eso ha sido un temporal alivio y nada más. Hay una sensación de soga al cuello que no me abandona, y no tengo ganas de ir a verla, ni de dormir con ella al mismo tiempo que no hacerlo se me haría insoportable.
Tambén fantaseo con invitarte a tomar una copa, y la posibilidad lejana de que aceptes, y de intentar un beso torpe y recibir un excelente cachetazo o un insulto.
Todo es más imposible que posible, y este domingo me pesa tanto como la misma muerte, si es que tengo que darle un rasgo bien dramático a esta carta. Como corresponde a alguien como yo.
Me pregunto, a esta terrible hora - terrible porque sí, porque el domingo conjura lo más triste y desesperado en mi cabeza- si estarás acostada mirando al techo, o caminando por ahí sin dejar de sonreír.
Mientras tanto, yo me atrevo a decir que te extraño y que esta carta es para vos y para muchas. Porque nunca se puede escribir para una mujer sin atraer el fantasma de otras.

Saludos,
Hugo