Sobre todo lo que tendría que ser posible es la facultad de atravesar paredes. Yo podría ir a la cocina a buscar una cerveza a la heladera en mucho menos tiempo. O robar un banco. O entrar en la casa de la vecina que escucha cumbia villera y estrangularla mientras duerme.
No lo sé.
Pero qué importa? Qué importa si al final Isabel, los gatos, el Cinzano, mi amigo Felipe, Alberto y yo somos todos fantasmas. En verdad yo ya estoy muerto. Estoy muerto desde siempre. Desde antes de escribir estas páginas. Ha sido pues amigos todo un sueño. Yo no estoy escribiendo. Solamente veo las palabras aparecer ante mí en la hoja blanco.
Pero qué importa? Qué importa si por una vez cerrás ese cuaderno Isabel. Vení abrazáme. Ya pasó, no llorés más. Perdonáme, vos sabés que no lo dije enserio.
Isabel se separó suavemente de los brazos de Alberto. Miró por la ventana. El cielo gris. El mismo que se volvía rojo en su sueño. Y Carlos abajo, que la miraba desde el césped. Pero ella veía que el césped comenzaba poco a poco a ondularse. Era lo mismo, otra vez se lo iba a tragar la tierra. Era verlo morirse dos veces. Incontables veces. Entonces corrió. Bien rápido y saltó. Alberto se acercó rápida inútilmente a la ventana y miró hacia abajo. La mancha roja debajo de Isabel se hacía cada vez mas grande.
FIN
1/7/08
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