1/7/08

Alberto golpeó la puerta

- Adonde vas?

Preguntó Alberto cuando Isabel se levantó de la nada en el café. Ella lo miró y caminó sin decir una palabra. Caminó dejando todo atrás hasta perderse en la esquina. El desdentado Abril la miraba sonriendo desde las copas sin hojas.

Tenía que alejarse de él. Y del recuerdo. Carlos como una puñalada, un cross en plena mandíbula, un espejo roto (Siete años de mala suerte señora. A usted le parece? Por semejante tontería.)
Abrió la puerta rápido. Entró. Fue hasta el cuarto sacándose los zapatos en el camino. Encendió un cigarrillo y volvió a dar vuelta el portarretrato con la foto de Carlos.

No podía dejar las cosas así entre ellos. Olvidarse. Su amor, su amor que le había partido la nariz de una trompada una noche. Y le había preguntado a los gritos si quería que se matase. Todo eso ya estaba lejos. Estaba lejos con Carlos donde estaba. Donde tendría que haber estado hacía rato. Donde ella lo hubiera mandado de haber tenido el coraje. Sí, pero no quería pensar en eso. Solamente quería apretar la colilla del cigarrillo con los dientes y llorar con grititos apagados. Eso estaba muy bien. Llorar un poco más. Ahogarse. Y por qué no sacar la trincheta de la cartera y cortarse un poco el tobillo. Ir hundiendo la hoja despacio en la pierna blanca. Ver la sangre tan roja como sale en un hilito que se va engrosando. Ahora sale más. Y me duele. Me duele que me duela el corazón y el alma por Carlos. Me duele tanto como extrañarlo de esta forma.

Alberto golpeó la puerta. Y entró. Isabel se levantó y lo miró. Él no apartó la mirada de los ojos irritados y llenos de lágrimas que quién sabe desde dónde lo miraban.

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