Yo desde que estoy en el manicomio no veo nada. Me parece que las cosas eran distintas ahí afuera. Cuando tenía sol hasta decir basta.
Cuando las plazas, y sentarme en cualquier banco a respirar el otoño era suficiente.
Aspiro el humo de mi cigarrillo. A veces no trago el humo. Me gusta ese sabor violento del tabaco negro en los labios.
Ahora los labios tienen gusto a noche y recuerdo el gusto de esa prostituta paraguaya que conocí en el verano del '80.
Pero qué lejos y qué inútil tanta juventud respirada con las ganas de flores que explotan un Octubre terrible.
Mientras tanto miro el techo. Y la cama está húmeda porque afuera y acá dentro Febrero quema el pavimento.
En el pabellón tengo también amigos, el loco Ferrari, que se lo llevaba la policía de la estación de trenes. A él y a los travestis que lo acompañaban. La familia, ya cansada, lo trajo acá, para que se muera con psicofármacos.
Pero a mí no me van a cagar. No señor. Porque yo soy más inteligente que el loco Ferrari, y que el loco Ahumada que se sentaba en el patio de la casa de los viejos a fumar y a hablarle a las flores.
Yo a estos locos los conocí en el barrio, un azar quizá algo extraño concebió que nos encontraramos hoy acá, ellos tan locos y yo tan cuerdo. Ya se verá como aquí soy el único sano.
Y es sólo una equivocación la ha que me separado de la impávida jauría de los hombres.
Los primeros meses, mi hermano Alberto y Daniela, su mujer, me visitaban. El tiempo que ha pasado desde su última visita se me figura un espacio gris y nebuloso. No sé si he mencionado ya que acá no es como afuera y se ve poco el sol.
Lo que tengo de sobra son horas. No puedo leer mucho porque acá no hay libros y los que tenía no sé dónde estarán. Entonces escribo estas págias para tener qué leer cuado se pone el sol. Ya no leo los libros que me trajo Alberto. Ayer mismo me comí cinco páginas de "La Náusea". Por puro gusto nomás.
28/6/08
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario