Llueve, un poco apenas. Y yo no puedo dejar de evocar la lluvia.
Pero todo por estar parado en el primer escalón de treinta que restan viendo caer las gotas a contraluz con una botella de vino tinto en la mano izquierda y el infaltable cigarrillo en la derecha.
Tampoco puedo evitar la tristeza esta noche. Y esta oración se parece a miles que ya he escrito. Otras tristezas. Otras bocas. Lo sé.
La noche me ha preparado una emboscada perfecta. Y yo sigo caminando, a sabiendas de que hay algo que no sé. Y esa incertidumbre me desespera. Me desespera como verla a ella también triste.
Pero cómo cambió el aire y su forma de mirarme se endureció de nuevo? Que fue lo que dije, no dije, o dije de la forma equivocada. Ya casi no la hago sonreír. Eso es pesado. Pesado como esta baja presión y esta tristeza que de verdad estoy sintiendo con cada frase, con cada recuerdo borroneado en mi cabeza de otras noches. Creo que sigue siendo la misma. Creo que en realidad, yo soy otro.
Las explicaciones que podría ensayar, son por supuesto, limitadas y tal vez erróneas. Dudo si ella misma sepa su tristeza. Porque en verdad, creo que no está donde ella y tal vez yo la buscamos. Debe ser otro lugar, otra frontera imposible que se resiste a ser superada. Está en mí, en ella o en ninguno. Pero está. Y su presencia inevitable es lo que esta noche me entristece y tal vez la entristece a ella.
Me duele tanto semejante ignorancia. Como me duele lo que acaso, perdimos antes de encontrar.
Alguien pensará que por eso no existe. Yo creo que existe. Solamente, hay que encontrar la manera de que deje de ser un sueño. Y eso es todo.