En el borde de mi ventana, hay una palabra cansada.
Y un silencio eléctrico del teléfono.
La tarde partida, hundida en el cenicero
como todas las cosas que te dijeron las hojas.
Acaso mire el reloj otra vez, indiferente,
lejana tu sonrisa de otros abriles.
Ya no importa,
ya no importa que se venga la noche encima con tu ausencia
entera
insobornable
casi perpetua
como las tardes olvidadas que se van con la llovizna.
De qué me sirven entonces
las inútiles sombras,
el ventilador y la sonrisa que voy perdiendo cada minuto?
Si hay un abismo de aguacero y barro entre mis brazos.
Si ya no estoy seguro de todo como antes.
6/2/09
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1 comentario:
Qué piola
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